Históricamente
el rol de las Juntas de vecinos, en nuestro país, ha cobrado mayor importancia
de representación con el fortalecimiento de los gobiernos municipales, dándoles
una actuación de control, vigilancia y de propuesta de la demanda ciudadana
respecto a su hábitat. Desde ya, éstas prácticas se han ido enriqueciendo e
intentando consolidar nuestra democracia, para el bien común, salvo cuando la
correlación de fuerzas se ve afectada por el asedio e incidencia de los
partidos políticos, que significa desdibujar esa capacidad genuina de estar y
tener la palabra sin borrones.
Las
Juntas, son también, el fusor de liderazgos, que pueden confluir en autoridades
públicas locales, regionales e incluso nacionales.
Queda,
empero, romper con esa anomia que las mutila, y que debiera confluir en que
toda Junta de Vecinos, sea propositiva, caracterizada por el voluntariado y la
gratuidad, que busque el consenso en la ejecución de obras y acciones muy a
pesar que siempre los recursos son insuficientes ante la demanda, y, que tengan
el objetivo mayor de mejorar la calidad de vida de quienes habitan en su
jurisdicción.
Quebrar,
de igual modo, esa creencia que el dirigente vecinal es el que administra los
recursos públicos anuales asignados por ley, que legal y por sentido común no
es cierto.
Particularmente
la Junta de Vecinos Sopocachi Bajo, como otras similares, mantiene una real
independencia de los partidos políticos, y la integran ciudadanos de distinta
condición etérea, de oficio, profesión y experiencia, siendo esa heterogeneidad
su mayor riqueza, además, la única nómada ante la falta
de un espacio físico que la acoja.
En
ese contexto, su relacionamiento con el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz,
ha sido, propositivo no sólo para obras civiles, sino, en áreas culturales y
patrimoniales que marcaron una importante diferencia.
Empero,
este barrio en sus casi 90 hectáreas de territorio, tiene muchos problemas irresueltos
desde los estructurales como un sistema
de desagües ya colapsado frente al asedio de cientos de edificios;
contaminación y disposición de residuos incontroladas; la paulatina pérdida de
patrimonio; la inseguridad ciudadana; la proliferación de negocios callejeros;
etc., y que han sido -y son- una constante promesa incumplida por parte de las
autoridades llamadas para su atención, y motivo de permanente reclamo
ciudadano.
Sopocachi
bajo, es una de las zonas tradicionales paceñas, actualmente, más densamente
pobladas del país, cotiza al igual que algunos sectores del sur o comerciales
los impuestos más altos por metro cuadrado de La Paz, y depende
administrativamente de la Sub Alcaldía de Cotahuma, que está representada por
el Sr. Freddy Mercado, quien emerge -justamente- de las dirigencias vecinales.
Mercado,
en lo cierto, muestra en su representatividad la continuidad, la debilidad, y
tradición de los servidores públicos de siempre, del compromiso sin agenda, de
la palabra sin empeño, de la impuntualidad, y una administración que denota
–para mal de todos- igual hermenéutica.
Pero
también, estamos nosotros, los ciudadanos de a pie propios y extraños al
barrio, nuestro déficit en educación ciudadana nos está haciendo daños
inconcebibles, la contaminación acústica es un mal, prácticamente de las 24
horas, principalmente de vehículos estacionados en nuestras calles y alarmas de
distinta índole. O que nuestras veredas y plazas que se han convertido en el
estercolero de centenares de canes, que pasean con sus dueños, especialmente
temprano en la mañana; y que no comprenden el atentado a la salud pública, el
mal aspecto y el desazón de embadurnarse los calzados con esos fétidos
elementos…
La
contaminación visual, de quienes confunden el graffiti con el pintarrajeado, y
que no respetan ninguna propiedad, pared, escultura, árbol, o mínimo resquicio.
Sumándose, a esto, el destrozo de los bienes de todos a la sazón del alcohol, y
que atenta -permanentemente- sitios únicos como la Plaza Mirador El Montículo
Néstor Portocarrero.
En
fin, seguro, habrá mucho más que dilucidar, y desde ya la réplica, crítica y
autocrítica que denotan crecimiento debieran ser constantes, en la medida que
el problema está ahí, y que las soluciones vendrán siempre y cuando uno sea
también parte de ese proceso, rompiendo así con ese señalamiento fatuo y de
coyuntura, que es un giro vivo sin sentido.
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